Dr. Norbert-Bertrand Barbe
San Rafael del Norte se caracteriza por dos realizaciones del sacerdote italiano Padre Odorico d’Andrea (1916-1990), franciscano llegado a Nicaragua en el 23 de agosto de 1953, destinado a la casa de Matagalpa, y que llega a San Rafael, donde se quedará hasta su muerte, el 12 de febrero del año siguiente.
Estas realizaciones son la Iglesia parroquial dedicada a San Rafael de la ciudad, cuya construcción inicia en 1957, y el Santuario, construido entre 1976 y 1980, Cerro Tepeyac, en homenaje a la aparición de la Virgen de Guadalupe de México (sobre este evento fundador v. Luis Lasso de la Vega, Totlaconantzin Guadalupe in nican huei altepenahuac México Itocayocan Tepeyacac - El gran acontecimiento con que se le apareció la Señora Reina del cielo Santa María, nuestra querida Madre de Guadalupe, aquí cerca de la Ciudad de México, en el lugar nombrado Tepeyácac, México, Imprenta de Juan Ruyz, 1649).
El programa iconográfico, realizado entre 1967 y 1968 por el artista austriaco Juan Fuchs Holl (quien fue también pintor de los cuadros de San Sebastián de Diriamba, los cuales sirvieron a encubrir las obras del maestro Rodrigo Peñalba para la misma iglesia) con temas alusivos a cada altar (en julio de 1967 se realizaron las pinturas: la Trinidad, la Virgen, San Rafael y los ángeles, de la cúpula, elevada ésta entre 1957 y 1959 por el maestro de obras Santiago Gutiérrez), propuesto por el Padre Odorico en su iglesia es muy revelador, tanto de su formación franciscana y la identidad que encontraba entre Cristo y San Francisco, como de su devoción marial, y de la figura central en su discurso teológico de la Virgen en sus apariciones (Guadalupe/Lourdes), con enfoque hacia la Virgen de Guadalupe, venerada en Nicaragua (como también atestigua la iglesia Pío X de Bello Horizonte en Managua) por ser mesoamericana.
Por obvias razones económicas, la iglesia enmarca, lógicamente ya que debido al Padre Odorico, su programa iconográfico con técnicas del barroco italiano: pilastras y medias columnas de yeso pintadas para aparentar el efecto del marmol, y marcos de los frescos en trompe-l’œil.
Las dos naves de la iglesia de San Rafael presentan una serie de imágenes en une secuencia que actúa tanto en línea rectilínea, de la entrada hasta el fondo, como en diálogo con las imágenes de los otros nichos sobre-ventanas de la nave opuesta. Reproducimos a continuación dicha secuencia: nave izquierda (NI): Tentación de Cristo por el Diablo en el desierto; seguido por la noche en el Monte de los Olivos; el Milagro de las rosas de la Virgen de Guadalupe y en medallón, debajo de esta última representación, la misma imagen de la Virgen de Guadalupe; la Anunciación; y finalmente San Francisco y los pescadores; terminando esta nave con una Virgen de Lourdes en su esculpida gruta. La nave derecha (ND), a su vez, de la entrada hasta el altar, presenta la secuencia siguiente: la recepción de los estigmatas por San Francisco, en directa alusión iconográfica a Giotto en Asís; Transfiguración (en el fondo las 3 Marías) con elementos de Emaús (los personajes arrodillados del primer plano) y la conversión de San Pablo (el soldado romano); la Bajada de la Cruz, con debajo en medallón (haciendo frente al milagro de las rosas y su propio medallón) el Juicio Final; lo que entendemos como un Triunfo de la Fe con la Virgen, San Francisco, símbolos de los evangelistas (león, buey), y un periodista contemporáneo; y finalmente la recepción de Cristo en San Rafael (nueva Jerusalén) con Odorico retratado como pendant de Cristo. Esta última imagen revela tanto, como hemos dicho, el espíritu altamente franciscano de Odorico de identificación con Cristo, mediante la intercesión de Francisco (lo que también en la iglesia revela la insistente figura de la Virgen de Guadalupe, en particular con el episodio central del milagro de las flores, acto que evoca lingüísticamente por lo menos las Fioretti franciscanas), como la inscripción del programa de Odorico en el muralismo contemporáneo mexicano e italiano (cuyo exponente en Nicaragua ha sido Sergio Michelini), en el uso del fresco y la integración de personajes contemporáneos para resaltar gestas mitificadas de figuras-símbolos.
Así se delinea este complejo y a la vez sencillo y bello programa: el creyente, al ingresar en la iglesia, todavía sufre los estragos de la Tentación (NI), la cual a su vez se redime y compensa por la experiencia vivida a semejanza de Cristo quien fortalece al cristiano en su camino, al igual que lo hace en los incunables (ND), es la experiencia mística de San Francisco. A la Tentación sigue el último paso, la aceptación como al final del Ars moriendi siendo el ingresar en la iglesia un abandono de sí mismo y un viaje hacia el corazón de Dios. Es (NI) la noche de Jesús en el Monte de los Olivos, prefiguración de su Transfiguración, que nos ofrece justamente Odorico en la nave opuesta. Al milagro de las rosas que sirvió para convencer de la presencia inmanente de la Virgen en México, otra forma, paralela, y moderna, americana, de la Transfiguración en cuanto ésta también dio razón del carácter divino de Cristo, se asocia o contrapone la Bajada de la Cruz, que también hace secuencia cronológico en la NI con la Tentación y el Monte de los Olivos. Debajo de esta imagen de muerte de Cristo se opone su estatus de Dios y juez, es decir, al Evangelio sigue el Apocalipsis. La ND sigue a su vez, esta vez no cronológicamente sino tipológicamente, conforme la progresión paralela de los dos tipos de discursos en las iglesias bizantinas en particular, con la Anunciación, la cual entra en juego con el milagro de las rosas. También la Anunciación remite a los primeros momentos de la vida de Cristo, por comparación con su renacer y divinización después de la muerte que plantea la NI con el Juicio Final. Figuras sincréticas entre sí, la NI presenta, enfrente de la Anunciación, dentro de un discurso petrarquista muy comprensible de Odorico, italiano y franciscano, lo que leemos como un Triunfo de la Fe, con la Virgen y San Francisco, que en este sentido en todo nuestro recorrido en la iglesia es para nosotros un Virgilio que nos acompaña y nos identifica, como humano él al igual que nosotros, con Cristo-Dios. De la misma manera que Francisco es el que nos presenta ante Cristo, la Virgen de Guadalupe es la que, por ser americana, nos relaciona, como hipostasis mexicana, en tierra nicaragüense, con la intercesora principal del católico desde la edad media, más aún en este continente: la Virgen María. Sigue a este última prefiguración del Triunfo, la recepción de Cristo, con Odorico (ND), mientras en la otra nave es la virgen más reciente y europea, la de Lourdes, que nos acoge hacia el altar, después de la imagen de Francisco y los pescadores. La cual, además de identificarle con Cristo en otro episodio concreto de su vida, y también asociar el santo de Asís con San Rafael quien es patrón de los pescadores, retoma el valor colonial de San Francisco como santo de los pescadores, que encontramos en Actopan, Oaxaca, Macaono, o isla de Margarita. También confunde la imagen del Santo de Asís con la de San Francisco de Padúa, quien en su encuentro con los peces del mar los insta a escuchar la palabra divina, lo de que son incapaces los habitantes de Rimini. Los Fioretti evocan cómo en varias ocasiones el santo de Asís de igual forma, cuando no logaba ser oído por los humanos sí lo era por los animales, oponiendo así los habitantes de Roma a las aves, y los de Agripoli a los peces (Richard Bergeron, “Frère François et ses frères les animaux - Evocations”, Théologiques 10/1, 2002, pp. 109-129). Episodio de los peces en el santo de Asís que, a su vez, devuelve al episodio bíblico de la resurrección de Cristo y la pesca milagrosa de 153 peces de Pedro (Juan, 21, 11), pesca cuya simbología remite, por numerología en guematria a la gloria del bien por la salvación general de todos los seres por Cristo (René Guyon, Les évangiles des montées, Marseilles, Garigues et Sentiers, 2006).
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